María Eugenia VAZ FERREIRA

Presentación

María Eugenia Vaz Ferreira (Montevideo, 13 de julio de 1875 - 20 de mayo de 1924)

 

El Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional presenta el Archivo Digital María Eugenia Vaz Ferreira, gracias al convenio con la Fundación Vaz Ferreira - Raimondi. El material digitalizado corresponde a la totalidad del archivo papel conservado por la familia Vaz Ferreira, al que se suman las piezas documentales que forman parte de los fondos del Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de Uruguay.
 
María Eugenia Vaz Ferreira ingresó al espacio público en 1894, con la lectura del poema «Monólogo» en un festival del Club Católico de Montevideo. Desde entonces, las principales revistas literarias rioplatenses publicaron sus poemas, entre ellas: la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (1895), fundada por José Enrique Rodó, los hermanos Martínez Vigil y Víctor Pérez Petit; La Revista (1899), dirigida por Julio Herrera y Reissig; El Mercurio de América (1899), revista modernista editada en Buenos Aires; y, Rojo y Blanco (1900), dirigida por Samuel Blixen.

También fue incluida, tempranamente, en antologías de poesía tales como la Colección de poesías uruguayas (1895) de Víctor Arreguini, y El Parnaso Oriental: antología de poetas uruguayos (1905), de Raúl Montero Bustamante, quien otorga a María Eugenia el más alto reconocimiento: «es sin disputa la primera poetisa de América y la más grande que ha tenido el país» (p. 30). Este juicio le valió que Miguel de Unamuno la reconociera como tal en España. 

Sobre esta primera etapa estelar de María Eugenia abundan los testimonios que dan cuenta de su fuerte presencia personal en el ambiente artístico montevideano, a tal punto que en muchos casos prevalece su obra dispersa, que no llegó nunca a reunir en libro durante su vida. Susana Soca, quien le dedicó un número homenaje de la revista Entregas de la  Licorne (1954), conmemorando  los treinta años de su muerte, escribe al respecto: «Si sus contemporáneos no hubieran sido sensibles a la poesía oral de María Eugenia, ésta no sólo no hubiera sido transmitida sino que tampoco hubiese podido existir» (p. 8).

También completaba y realzaba su figura pública la faceta de eximia concertista y compositora. Entre sus presentaciones como concertista se documenta la realizada el 29 de setiembre de 1900, en el conservatorio musical La Lira, sobre el repertorio de Robert Shumann.

La poeta corrigió incansablemente sus poemas. En 1903, llegó a anunciar su primer libro titulado Fuego y mármol, al que Alberto Nin Frías  dedica el trabajo crítico titulado «Ensayos sobre las poesías de MEVF», escrito en el cuaderno manuscrito de la poeta y publicado en Vida Moderna (1903); sin embargo, la obra permaneció olvidada. Al momento de su muerte, en 1924, dejó preparado y pronto para entrar en imprenta el poemario La isla de los cánticos, que su hermano, el filósofo Carlos Vaz Ferreira, publicó póstumamente y con fidelidad, ese mismo año.

Paralelamente, María Eugenia escribió teatro y presentó tres obras en el teatro Solís: La piedra filosofal, con texto y música de la poeta, en 1908; Los peregrinos, drama lírico en un acto que ganó el concurso Salus, en 1909; y Resurrexit (Idilio Medioval), en 1913, drama lírico musicalizado por César Cortinas, que recibió una crítica de alto reconocimiento. En vida, solo autorizó la publicación de este último, que salió en el Diario del Plata, en Montevideo, el 5 de agosto de 1913. Entre sus papeles se conservan los borradores de una cuarta obra incompleta titulada Nube de estío. Con esta línea de producción dramático-lírica, conectan los viajes que realizaba a Buenos Aires, de los que da cuenta la correspondencia que mantuvo con Pedro Miguel Obligado.

En la medida que avanza el siglo XX, la poeta va entrando en un período de aislamiento y silencio. Las interpretaciones que han intentado iluminar el oscuro proceso van desde el relegamiento sufrido a causa de la aparición de poetas como Delmira Agustini, que publica su primer libro en 1907, y Juana de Ibarbourou, que lo hace en 1919, hasta el penoso desmejoramiento de su salud psico-física, que termina con su muerte prematura en 1924. Según resulta de los documentos del archivo de la autora, ella era consciente no solo de su enfermedad sino de cómo esta perjudicaba su producción escritural. Así lo confirma en carta a Orsini Bertani: «Todavía no me animo a corregir pruebas porque mi enfermedad es de una clase que ni sé escribir; el otro día intenté hacerlo y me salió un gato».

Sin duda, estos factores influyeron  y determinaron junto a otros, el olvido en que fue cayendo su obra y figura. Entre estos, podemos señalar, el mecanismo de ingreso al sistema literario, que en el caso de María Eugenia fue diferencial, en comparación con el elegido por las poetas que la sucedieron y que alcanzaron finalmente mayor visibilidad. Mientras las últimas configuraron de modo conjunto su identidad o figura pública, a través del instrumento de la red literaria, siguiendo el modelo de Delmira Agustini, María Eugenia tomó un camino divergente y en ningún momento comulgó con el perfil de poetisa erótica. Su modo de ingreso solo tuvo el enlace tradicional del discurso legitimador masculino, como quedó consignado en los registros de Raúl Montero Bustamante (1905) y Alberto Nin Frías (1903), entre muchos otros.

En el camino divergente de María Eugenia Vaz Ferreira fueron determinantes las características personales de la poeta y, muy especialmente, la evolución de su producción, que pasó de los inicios románticos y modernistas a una línea de poesía filosófico-ontológica, altamente original y valiosa, que fue fundante solo a largo plazo y que aún hoy resulta poco visible y explorada.



En portada